Un día, decidí que había encontrado la manera de deshacerme de ese llamado. Me iría al oeste para trabajar en un rancho. Amigo, Dios es tan grandioso allá como en cualquier lugar. Que esta experiencia le sirva: cuando Él llame, respóndale.
Una mañana de septiembre de 1927, le dije a mi madre que iba a acampar a Tunnel Mill, aproximadamente a catorce millas de Jeffersonville, donde vivíamos en ese tiempo. Mis planes ya eran viajar para Arizona con algunos amigos. Cuando mamá recibió noticias mías, no me encontraba en Tunnel Mill sino en Phoenix, Arizona, huyendo del Dios de amor. La vida en el rancho fue muy buena por un tiempo, pero pronto perdió su atractivo, como sucede con cualquier otro placer del mundo. Pero aquí quiero mencionar que, gloria a Dios, la experiencia con Jesús es más y más dulce con el tiempo y no pierde su atractivo. Jesús siempre da perfecta paz y consuelo.
Muchas veces escuché el viento soplar entre las alturas de esos pinos. Era como si pudiera escuchar Su Voz llamando del bosque, diciendo: “Adán, ¿dónde estás?”. Las estrellas parecían estar tan cerca que casi se podían tocar con las manos. Dios parecía estar muy cerca.
Los caminos del desierto son algo muy especial en esa región. Si Ud. llega a salirse del camino, fácilmente se perderá. Con frecuencia los turistas ven pequeñas flores del desierto y se salen del camino para cogerlas. Quedan errantes por el desierto y se pierden, y muchas veces mueren de sed. Y es lo mismo en el caminar Cristiano – Dios tiene un camino. Lo menciona en Isaías, el capítulo 35. Es llamado “Camino de Santidad”. Muchas veces los pequeños placeres del mundo lo sacan a uno de ese camino. Es entonces cuando uno pierde su experiencia con Dios. Cuando uno está perdido en el desierto, a veces aparece un espejismo. Para la gente que muere de sed, el espejismo será un río de agua o un lago. Muchas veces las personas corren hacia ellos y caen allí sólo para encontrar que se bañan en arena caliente. Con frecuencia el diablo les presenta algo que él dice que es para pasarlo muy bien. Esto sólo es un espejismo, algo que no es real. Si le presta atención, Ud. se encontrará con la cabeza llena de tristeza. No lo escuche a él, amado lector. Créale Ud. a Jesús quien le brinda agua viva, a todo aquel con hambre y sed.
Un día recibí una carta de casa informándome que uno de mis hermanos estaba muy enfermo. Era Edward, el que me seguía. Desde luego, no pensé que era algo grave, y creí que se recuperaría. Pero una tarde, días después, cuando llegaba de la ciudad, al pasar por el comedor del rancho, vi un papel sobre la mesa; lo tomé. Decía: “Bill, ven a los prados del norte. Muy importante”. Después de leer la nota, fuimos al prado con un amigo. La primera persona que salió a encontrarme fue un viejo llanero solitario que trabajaba en el rancho. Su nombre era Durfy, pero le decíamos “Pop”. Con tristeza en el rostro, me dijo: “Billy, muchacho, te tengo malas noticias”. Para ese momento se acercó el capataz. Me dijeron que acababa de llegar un telegrama, informándome de la muerte de mi hermano.
Estimado amigo, quedé inmóvil por un momento. Fue la primera muerte en nuestra familia. Pero quiero decir que lo primero que pensé fue si él estaría preparado para morir. Me di la vuelta y mirando sobre esa pradera dorada, las lágrimas me rodaron por las mejillas. Me venían esos recuerdos, de niños, de cómo habíamos luchado juntos y lo difícil que había sido para nosotros.
Íbamos a la escuela con muy poco para comer. Los dedos de los pies saliendo de nuestros zapatos y teníamos que usar abrigos viejos cerrados hasta el cuello por no tener camisas. ¡Cómo recuerdo un día que mamá nos tenía una pequeña cubeta con palomitas de maíz! Nosotros no comíamos con los demás niños; comida como la de ellos estaba fuera de nuestro alcance. Siempre íbamos más allá de la colina y comíamos. Recuerdo el día que tuvimos las palomitas, pensábamos que era un verdadero premio. Entonces para asegurar mi porción, salí antes del mediodía y tomé un buen puñado antes de que mi hermano tomara su porción.
Y parado allí mirando esa pradera dorada por el sol, recordé todas esas cosas y pensé si Dios lo había llevado a un mejor lugar. Nuevamente Dios me volvió a llamar, pero como de costumbre, escogí rechazarlo.
Me preparé para venir a casa para el funeral. Cuando el Rev. McKinny de la Iglesia de Port Fulton, que fue como un padre para mí, predicó en su funeral, mencionó que “Aquí pueden haber algunos que no conocen a Dios, si es así, acéptenlo ahora”. ¡Oh, cómo me aferré de mi asiento, Dios de nuevo lidiaba conmigo! Estimado lector, cuando Él llame, respóndale.
Nunca olvidaré cómo mis pobres papá y mamá lloraron después del funeral. Yo quería regresar al oeste, pero mamá me rogó tanto que me quedara, que cedí si encontraba empleo. Pronto encontré empleo en la Compañía de Servicios Públicos de Indiana.
Pasados cerca de dos años, mientras probaba medidores en el taller de la compañía Gas Works de New Albany, sufrí envenenamiento por gas, y estuve enfermo por semanas. Fui a todos los médicos que conocía; no encontraba alivio. Sufría acidez estomacal, por los efectos del gas. Mi condición empeoraba. Fui llevado a los especialistas de Louisville, Kentucky. Finalmente dijeron que era mi apéndice y que necesitaba de una operación. Yo no lo podía creer, pues no había tenido dolor en el costado. Los médicos dijeron que no podían hacer más por mí hasta que me operara. Más tarde accedí a tenerla, pero insistí en que usaran anestesia local para poder ver la operación.
¡Oh, yo quería a alguien a mi lado que conociera a Dios! Creía en la oración más no podía orar. Entonces el ministro de la Primera Iglesia Bautista me acompañó en la sala de operación.
Cuando me llevaron de la mesa a mi cama, sentí que cada vez me debilitaba más y más. El corazón a duras penas latía. Sentí que la muerte se acercaba. La respiración se hacía más y más entrecortada. Sabía que había llegado al final del camino. ¡Oh, amigo, espere que Ud. alguna vez llegue allí, pensará bastante en las cosas que ha hecho! Sabía que yo nunca había fumado, bebido ni había tenido hábitos inmundos, pero sabía que no estaba listo para encontrarme con mi Dios.
Amigo mío, si Ud. sólo es un miembro frío y formal de iglesia, cuando llegue al final del camino Ud. sabrá que no está listo. Entonces, si eso es todo lo que sabe de mi Dios, le pido que aquí mismo se ponga de rodillas y le pida a Jesús que le dé esa experiencia del nuevo nacimiento, como se lo dijo a Nicodemo en Juan capítulo 3, y ¡oh cómo sonarán las campanas de gozo! Gloria a Su Nombre.